Desde la biblioteca de Adamuz queremos felicitar a todos los lectores
Miguel de Cervantes, un genio con alma militar y ambiciones épicas,
protagonizó una vida de película, marcada por turbulentos sucesos y un
continuo viaje en búsqueda de mejor fortuna.
El escritor más famoso de la historia de las letras hispanas es en
verdad un hombre apenas conocido. Un genio que, cuatrocientos años
después de su muerte, mantiene largas etapas de su biografía aún ocultas
a los historiadores, quienes se resignan en ocasiones a encajar ciertos
episodios con conjeturas e hipótesis. Pese a ello, no cabe duda de que
Miguel de Cervantes fue un hombre completamente extraordinario. No solo
por su descomunal talento literario, sino por la apasionante vida que
llevó, que a veces estuvo marcada por la fascinación y a menudo por el
infortunio.
Cervantes, del que un valenciano escribió la primera biografía en
1738 por encargo de un noble inglés, fue muchas cosas, pero ante todo
fue un buscavidas. Un cazador de fortuna con cierto espíritu militar y
una trayectoria errante en la que lo mismo se desenvolvió como mayordomo
que como soldado, espía del imperio, recaudador de impuestos,
comerciante o escritor. Esta fue una vocación que parece que siempre
mantuvo y a la que dedicó grandes esfuerzos, aunque en verdad apenas
pudo vivir del cuento. La necesidad le hizo deambular de un sitio a
otro, ya fuera tanteando negocio cerca de la corte o muy lejos de ella,
manejándose en las sombras de un imperio que presumía de que en él no se
ponía el sol.
Sus viajes, en una época en la que no existían los viajeros como
tales, cuando los caminos entrañaban riesgos y las rutas por mar eran
agotadoras travesías amenazadas por piratas, llaman la atención. Se
trata de un recorrido clave para entender al hombre y al artista e
incluso para conocer la evolución de la literatura. No en vano ‘El
Quijote’, considerada la primera novela moderna, plantea un viaje en el
que su protagonista emprende un largo periplo sin rumbo. Un
descubrimiento del mundo que, como explica Milan Kundera en su ensayo
'El telón', logró que entrara en el libro «la prosa de la vida».
Como se sabe, el trayecto de Miguel de Cervantes arranca en 1547 en
Alcalá de Henares. Su bautizo tuvo lugar el 9 de octubre y es probable
que naciera el 29 de septiembre, día de San Miguel. Los dos apellidos
eran de su padre, un cirujano barbero, o practicante, que tenía cierta
sordera y al que sus hijos, siete en total, ayudaban en alguna ocasión
para hacerse entender. Rodrigo de Cervantes se buscaba la vida como
podía. Iba y venía. Con familia o sin ella. Se movía bastante por
negocios y, según el escritor e historiador Juan Eslava Galán, se
dedicaba a hacer «aquello tan español que es aparentar más de lo que uno
es» para acceder a gentes pudientes. Se trasladó a vivir a Valladolid
en 1552, y viajó también a Córdoba cuatro años más tarde, donde cobró
una herencia. Con todo, no hay pruebas de que su mujer y sus hijos le
acompañaran durante sus largas estancias en otras ciudades, como
Sevilla, de la que se ha especulado tanto.
Estudios en Madrid
La familia se instaló durante años en Madrid, la ciudad a la que
siempre regresó Cervantes, probablemente más por necesidad que por
gusto. En aquel momento Madrid era, si no lo ha sido siempre, una ciudad
muy curiosa. Empezaba a ser la capital de un gran imperio, en cierto
modo el epicentro del mundo conocido, pero tenía carácter provinciano,
apenas 30.000 habitantes, y carecía aún de grandeza. Su centro urbano se
había expandido rápidamente con casas de una sola altura, construidas
«con malicia» por parte de lugareños que no querían soportar la ‘carga
de aposento’ u obligación de acoger a los funcionarios en viviendas de
diferentes alturas. De ubicación privilegiada, se trataba de un enclave
populoso y dinámico en continua transformación por la mudanza real. La
nobleza encontraba allí grandes espacios para construir sus palacios y
en torno a ellos había un gran trasiego de intereses.
Pese al poder de la
corte, la población estaba empobrecida y era en su mayor parte
analfabeta. «Abundaban los clérigos que atendían iglesias a cuyas
puertas proliferaban los mendigos, muchos de ellos tullidos procedentes
de las guerras que habían hecho posible aquella superpotencia», describe
Eslava Galán. Llama la atención que en ese contexto el joven Miguel,
que aparentemente procedía de un entorno humilde, tuviera el privilegio
de estudiar hasta los 21 años, edad muy avanzada para la época, en la
escuela privada del intelectual Juan López de Hoyos, catedrático del
Estudio de la Villa de Madrid. Fue en este momento cuando su talento
empezó a aflorar. En 1567 aparecieron sus primeros poemas en un arco
triunfal para celebrar el nacimiento de la princesa Micaela. Un año
después, su maestro publicó cuatro poemas del «amado discípulo» en un
libro dedicado al luto de Madrid por la muerte de la reina Isabel de
Valois.
Cervantes no llegó a verlo publicado ni pudo presumir de ello,
pues se marchó a Roma. Se desconoce cómo llegó allí. Se sabe que servía
como ayudante de cámara a monseñor Giulio Acquaviva, un poderoso hombre
de la Iglesia que más tarde llegaría a ser cardenal. También es un
misterio cómo pudo ganarse su confianza, si fue ya en Italia o, quizás,
durante el viaje que hizo este como legado del Vaticano a Madrid. En la
capital se había publicado una orden de búsqueda y captura firmada por
Felipe II que ordenaba el arresto de un Miguel de Cervantes por herir en
un duelo a un maestro de obras llamado Antonio de Sigura. «No se puede
saber si la causa de su marcha de Madrid fue esa o simplemente el deseo
de estar en Italia, tierra de oportunidades», apunta el catedrático de
la Universidad Complutense José Manuel Lucía Megías, autor de La
juventud de Cervantes’ (Edaf), un libro muy didáctico, con numerosas
ilustraciones, centrado en sus primeros 33 años de vida.
La convivencia con Acquaviva podría explicar otro enigma relacionado con
Cervantes: el de su erudición. Francisco Rico, miembro de la Real
Academia y experto en su obra, sostiene que el autor leyó a César, a
Horacio y a otros autores clásicos en el estudio de López de Hoyos y que
en Roma, en el entorno de Acquaviva, podría haber dado un salto
importante. Allí debió conocer a Ariosto -«está en las bases del
Quijote», señala Rico- y a otros poetas del momento, como Caporal, en un
ambiente más fresco y luminoso, donde el peso de la religión era menor
que en España y las artes fluían con mayor soltura. Patricia Marín,
doctora en Filología Hispánica de la Universidad de Valladolid, añade
que ese trabajo le habría dado acceso a un privilegiado círculo
cultural, incluidos algunos importantes mecenas. La especialista en el
Siglo de Oro ha publicado un impresionante ensayo, 'Cervantes y la corte
de Felipe II', donde desvela la labor de protector que ejerció el
aristócrata italiano Ascannio Colonna, a quien el madrileño dedica ‘La
Galatea’, sobre escritores de aquella generación. «Fue un mecenas muy
importante al que Cervantes conoció en Roma cuando era un niño, hijo del
virrey de Sicilia».
Soldado católico
La rivalidad entre ambos autores, que fue «brutal» para Eslava Galán,
«con mala saña» para Gracia y «no tan fiera como se pinta» para Rico,
se desplazó a Madrid con la nueva mudanza de la corte. «Lope de Vega era
lo que hoy en día sería el Hollywood comercial, mientras que Cervantes
representaba al cine de autor», compara Patricia Marín. Se instaló, por
ser entonces barato, en el barrio de las Letras, llamado ahora así en
gran parte por él. Siguió escribiendo mientras luchaba contra los
libreros que pirateaban su obra y la distribuían sin derechos, descubre
Gracia, y, según parece, ansiaba volver a Nápoles. El conde de Lemos, su
amigo protector, había sido nombrado virrey y Cervantes pudo aspirar a
acompañarle en su comitiva artística. La flota partió de Barcelona en
1610 y algunos historiadores señalan que el manco de Lepanto incluso
pudo viajar hasta allí para tratar de embarcarse. «Que quiso ir a
Nápoles es casi seguro», razona Lucía Megías, «pero no que viajara a
Barcelona, aunque es verdad que demuestra conocimiento de la ciudad y de
su puerto».
Tras la publicación de sus ‘Novelas ejemplares', gozó ya de
reconocimiento y de esa extraña sensación que supone generar envidia en
los competidores. Fernández de Avellaneda, amigo de Lope de Vega,
publicó en septiembre de 1614 su segunda parte del Quijote con un claro
tono de burla, a lo que Cervantes respondió un año después, el 25 de
julio, con su extraordinaria continuación. «Es muy consciente de su
talento y presume de ello. La segunda parte demuestra un ego
inconmensurable», explica Francisco Rico. Su esplendor artístico no hacía justicia a su situación. El príncipe de
los ingenios era un viejo pobre y enfermo que en el prólogo de ‘Persiles
y Sigismunda’, escrito apenas cuatro días antes de su muerte, se
despidió con tristeza del conde de Lemos: «El tiempo es breve, las
ansias crecen, las esperanzas menguan…». Había ingresado en la Orden
Tercera de San Francisco, aunque, agradecido a la Orden que le liberó en
Argel pidió ser enterrado en el convento de las Trinitarias, donde
estaba su hija. Su último viaje terminó de la forma más discreta y
austera. Vestido con el sayal franciscano. Con una cruz de madera en la
mano. Cuatro hermanos portaron su féretro y lo enterraron. Sin público,
sin lápida y en un lugar sin señalar. Aún le quedaba obra sin publicar y
la conocida seguía circulando. Incluso en América, donde sus escritos
superaron claramente a los de Lope de Vega. «Fue un desgraciado», resume
Eslava Galán. «No tuvo suerte, la verdad», zanja Rico.
Ayudanos a tener los libros que desees leer y formen parte de la biblioteca, hoy con motivo que se celebra el día del libro, nos gustaría que nos dijeses tres de los libros que te gustaria que estuviesen en la biblioteca
viernes, 15 de abril de 2016
Desde la Biblioteca de Adamuz queremos desearle a todos los Adamuceños Feliz Feria de Abril en Honor a nuestra Patrona.