El pasado domingo 16 de Diciembre fue el día de la lectura en
Andalucía. Para celebrarlo la Biblioteca Municipal del Adamuz os cuelga el
escrito a favor de la literatura y el cine de Pablo García Casado titulado
“Contra el fuego”. Este libro hace referencia al libro de Farenheit 451, de Ray Bradbury y a su versión cinematográfica de
Francois Truffaut; así como a Julio César
de Shakespeare y Mankiewicz
Contra el fuego
PABLO GARCÍA CASADO
16 de diciembre de 2012
En 1966, un joven François
Truffaut dirigió Fahrenheit 451, adaptación cinematográfica de la novela
homónima de Ray Bradbury. Un relato que narraba un hipotético tiempo futuro, en
el que los libros estarían prohibidos, y debían ser quemados y sustituidos por
pantallas de televisión. Porque una sociedad que aspiraba a ser perfecta debía
evitar cualquier referencia al pasado, a que el ser humano pudiera preguntarse
por su felicidad, por su deseo, por su lugar en el mundo. “No hacen felices a
la gente, y por eso deben ser eliminados”, respondía Guy Montag a una bellísima
Clarisse encarnada por Julie Christie. Este panorama implicaba subvertir
incluso el valor de las palabras, hasta el punto de que “bombero”, en el
relato, era precisamente quien aplicaba el fuego a los libros: aquél que, de
alguna manera, apagaba las llamas del deseo y de la memoria. Ese que late en
las páginas de Faulkner, Cervantes o Camus.El adagio facilón nos dice que una
imagen vale más que mil palabras. Pero esta afirmación recurrente puede ser
leída también en sentido contrario. Porque si digo “bosque” estoy nombrando las
penumbras africanas, los fríos noruegos o la oscura multitud de una calle
nocturna en el sudeste asiático. O un lugar no escrito. O un no lugar. O un
desierto. Porque pantalla y libro, palabra e imagen no se oponen entre sí: se
afirman, sirven de mutuo alimento. Muchos nos acercamos al Julio César de
Shakespeare gracias a Mankiewicz; nadie como Brando narró ante las masas, que
se agolpaban en cientos de salas de cine, el discurso de Marco Antonio. Y qué
genial guionista encontró el director norteamericano en el dramaturgo inglés
para representar esta metáfora precisa del poder y de la política. Por eso, a
pesar de las insidias interesadas de los apocalípticos, la pantalla y el libro
han cultivado la amistad y han crecido juntos. Juntos conforman el presente de
nuestra memoria. Levantarse cada día para luchar por ellos merece la pena. No
siempre es un trabajo grato. Contra la cultura, contra el libro y las
películas, siempre hay megáfonos y demagogia, ventajismo de quien nos llama
parásitos del sistema. Gente con la boca ancha y la mirada estrecha. Gente que
estaría dispuesta a activar, en aras de nuestra seguridad, el pulsador del
lanzallamas, y quemar a Proust, a Miller, a Polanski o Von Trier. Gente que
parecen honrados vecinos de domingo, pero cuyas actitudes no difieren demasiado
de los talibanes afganos o los secuaces de Terry Jones. Por eso, antes de que
la vida nos lleve a exiliarnos en un país de mujeres-libro o de
hombres-película, debemos defender este territorio ganado a la ignorancia:
porque son un activo contra la sumisión. Por eso debemos estar alerta ante esos
discursos incendiarios que prenden fácilmente. Y los libros lo hacen a una
temperatura de 451 grados Fahrenheit. Y las películas, incluso menos, a 410.
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